Crónicas megecianas IV

Estoy en Madrid, a 10.682 kilómetros de mi casa...

Qué fácil es dejarse llevar por las rutinas. Sea cual sea la tarea diaria que uno hace (cuando la hay) es muy cómodo (y peligroso) dejarse llevar por el paso del tiempo sin tener despierta la conciencia de vivir y aprovechar cada segundo del día.

Levantarse en la mañana, tomar el metro (o el autobus), llegar al trabajo, saludar, prender el computador, comer, seguir trabajando, tomar las cosas, volver a casa (agotado), comer, dormir. Esto sucede en cualquier lado, Madrid, Santiago de Chile, París, Caracas, Tokio, Nueva York... da igual. Las rutinas son rutinas donde sea.

He conocido españoles que no conocen el Prado por ejemplo. O que nunca han ido a Segovia. O franceses que no han ido nunca a Versalles o a la Torre Eiffel. ¡Es que son para los turistas!, dicen.

Mmmm, claro que sí, suena cuerdo. Por ejemplo, sólo después de 20 años viviendo en Santiago subí a la cima del cerro Santa Lucía.

¿Soy turista o soy ese madrileño (o santiaguino, etc.) que ya no le toma valor a lo que tiene?

Hoy concluí que en todo este tiempo enfrento una batalla (que por el momento estoy manejando o ganando, como quieran verlo). Se trata de la guerra contra la rutina y no aprovechar el tiempo. Voy ganando, porque sigo siendo turista... cueste lo que cueste.

Me refiero a que hasta cuando voy en metro... lo disfruto. Disfruto caminar por calles desconocidas, tomar el autobus, mirar a la gente, comer y hacerme la comida, tener que lavarme la ropa, planchar (sí, aunque no lo crean)... todo lo disfruto... por una simple razón: estoy viviendo una experiencia única estando a 10.682 kilómetros de casa y no puedo malgastar ningún segundo. Cada mirada es nueva. Me encanta caminar por la Gran Vía una y otra vez. Mirar los edificios. Sacar fotos.

Porque la vida es una sola...