Al llegar, el reloj marcaba como las 21:40, sin embargo el cielo aún estaba claro como de día. Salí de la estación pensando que ya estaba en medio de la ciudad y miraba hacia los montes buscando la Alhambra... pero nada.
Digo "pensando", porque tras tomar el autobus 33 y unos ocho minutos recién llegué al centro de la ciudad. Para mi suerte, mi hostal (Nevada, absolutamente recomendable) quedaba re bien ubicado, en pleno centro y muy cerca de los "microbuses" (micro = pequeño) que trasladan a la gente por un euro a los barrios del
Albayzín, del Sacromonte y de la Alhambra.
En el hostal me junté con Vane, mi compañera hondureña del
Mgec y el viernes por la noche fuimos de paseo por la
calle Elvira, degustando teterías (exquisitos tés) y comida árabe (¡acá probé el mejor
shawarma de mi vida!). En el bar
La Bella y la Bestia coincidimos con tres megecianas más: Nata, Fer y Andreína.
El sábado fue "día Alhambra". Desde las 11 hasta las 20 horas estuvimos recorriendo sus parajes. Es difícil tratar de explicar con palabras su belleza, cuando esta principalmente es una sensación y el olor a flores que la inunda. En fin, por algo está en la lista de las 20
nuevas maravillas del mundo. Aún hay tiempo para votar por la Alhambra y por los
moais de la Isla de Pascua, por supuesto.
En la noche fuimos a las
Cuevas del Sacromonte y nos introducimos en
pleno barrio gitano para disfrutar de un baile de flamenco... im-pre-sio-nan-te. Además gozamos de una bella vista nocturna de la Alhambra.
El domingo hubo algo de tiempo para recorrer rápidamente el barrio morisco del Albayzín disfrutando de las Carmen (nombre de las casas) y del mirador de la Alhambra. Luego bajamos, nos comimos el último shawarma (obvio) y vuelta a Madrid...
Así llegan y se van las cosas buenas de la vida.